martes, noviembre 14, 2006

EL amigo

EL AMIGO

Con las manos encerradas en los bolsillos, y pasos seguros, enfundado en una chaqueta de gabardina azul y un sombrero parecido a un tirolé, se pasea indeterminado por la acera tendida a lo largo por la avenida polvorienta.
Circulan fortuitos algunos transeúntes, que miran de soslayo al extraño que pasea.
La mañana desciende de las estribaciones de los cerros que coronan el valle que es partido por la cuchilla añosa de un río murmurante.
El hombre continúa recorriendo el mismo trayecto como un péndulo que se arrastra por la acera terrosa. Con la mirada caída un par de metros delante de sus pasos sigue la rutina de caminar hasta un punto señalado en el azar, y retorna hasta otro punto que también permanece tácita y azarosamente señalado.
El sol carcome la sombra tendida a lo largo de la calle, enjuga el rocío que lloró la noche y golpea el rostro enjuto del hombre que camina y camina en un segmento de la acera polvorosa.
En silencio se precipita el tiempo, alargando incesantemente una espera contenida en la esfera de la conciencia donde se dibuja un encuentro incierto, tenso, y por sobre todo; sorpresivo.
Ahora, solo una mano es la que permanece sosteniendo algo en el bolsillo, la otra, se entretiene dibujando estelas en el aire con el humo de un cigarrillo que viaja desde el costado del cuerpo hasta su boca.
Atentos sus ojos escudriñan la perspectiva de la avenida que se estrecha a la distancia, observa ansiosamente las siluetas que crecen mientras se acercan, aguarda paciente, como el cazador que vela por su presa.
Conoce exactamente cada detalle de suelo que transita, es como un tic este caminar incesante, igual que el que hiciera por años en el patio del panal, “estirar la cuerda” le llamaban, era un ir y venir durante muchas horas para fatigar el cuerpo, para matar las esperas, para romper el tedio, para acercar el tiempo del fin de las condenas...
Algo le dice que pronto vendrá que asomará como todas las mañanas con un andar cansino como no queriendo llegar a ninguna parte y con los ojos escondido detrás de los párpados casi cerrados, tal vez, pensando como todos los días en lo generosa que es la vida.
La mano del policía lo dio vuelta con violencia, y sin que le diera tiempo a nada lo golpeo violentamente en la cien y no se recuerda de nada mas hasta que se vio en el calabozo, lo demás es historia, la condena, la cárcel, eso es nada, solo accidentes que hay que sortear de alguna forma, pero de alguna manera, hoy es el tiempo esperado durante mucho tiempo, es el trago que calmara la sed retenida en la garganta del tiempo.
Los ojos de la niña desarmaron sus arrojos, las manos que se trenzaban en sus brazos, y las palabras que se anidaron en su conciencia, se fueron haciendo mas sonoras en esta tranquila mañana de primavera. Los ojos se nublaron por las emociones y las ásperas rieladas del sol sobre su cara, mantenía, sin embargo la entereza, la firmeza de su caminar y su mirada ladina tendida a lo largo de la avenida.
Habrá más tiempo mas adelante, cuando los años pasen con más aplomo para mirar estos momentos, cuando todas las heridas estén sanadas, y las traiciones se hayan borrado de los códigos tácitos que reglamentan la vida de los hombres que se hermanan.
Se cimbra sobre una rama con su güergüero prodigioso, un zorzal saludando la mañana, mientras a lo lejos un silueta se recorta cansina, y mansa por el centro de la calzada, los ojos del hombre se empequeñecen mientras se clavan en la figura que se desdibuja en el trasfondo gris, como una mancha indeseable que perturba la armonía de la calle tranquila.
El hombre sin dejar de caminar, rompe la singularidad de sus paseos, y cruza el límite tácitamente establecido y avanza al encuentro del incógnito personaje que se recorta a la distancia, las manos se crispan en sus bolsillos, el corazón se acelera a mil. Toda la espera contenida por tiempo se precipita ahora en sus pasos, siente deseos de correr, de iniciar una carrera desenfrenada, pero, lo detiene la cordura que antes no tubo, el no querer equivocarse, el querer saborear este momento, el complacerse en el resultado de la espera.
- Te juro que yo no he sido, te juro que nunca te traicionaría- se lo decía allá, detrás de las rejas, tratando de aminorar su falta, de cubrir su traición con palabras, le hablaba bajito como queriendo que nadie mas las oyera como si estuviera ocultando su falta de hombría, para que nadie notase que el era un traicionero, que el había vendido su amigo, que nadie, si no él, era el culpable de que ahora estuviese tras la rejas. De todas maneras, él llegó a pensar que tarde o temprano tendría que pagar sus faltas, pero la traición era lo que le dolía, y sin quererlo volvía a la imagen de la niña aferrada a su brazo suplicándole que no le hiciera daño a su padre, volvía a ver esos ojitos llorosos que lo miraban hacia arriba, mientras sostenía al miserable del cuello y con la otra mano trataba de golpearlo, pero la niña estaba prendida a su brazo.
Ahora la distancia era mínima, no más de cien metros, podía distinguir claramente que era él, el dato estaba preciso, a la hora señalada el pasaba por esa avenida, indiferente a todo, como si su conciencia fuera un remanso de tiempo, un pozo limpio y sellado, caminaba tranquilo, sin percatarse siquiera, que un desconocido avanzaba directo a él en una misma línea, era como si no hubiera memoria de nada en su mente. Él hubiera querido que ya lo distinguiera, que se le pintara el pavor rostro, que asustado tratara de huir, sería mas fácil para él, que lo delatara la huida, que la suplica del perdón acudiera a su boca y clamara por su vida, pero no, no era así, aun mas, mientras mas se acercaba creía ver en su rostro cierta alegría como si fuera bueno verle, como si estuviera preparado para el encuentro.
- No le pegue a mi papá, no le haga daño.- los gritos de la niña habían alborotado todo, la gente se detenía a mirar que pasaba, eso le incomodaba, y por largo rato todo no fue más que forcejeo, no podía usar sus fuerzas sin que la pequeña saliera lastimada, eso lo detenía, pero la ira era incontrolable, le buscaban, y sólo el maldito que tenia entre sus manos estaba al tanto de todo, nadie mas podía delatarlo, se debatía en la incertidumbre de darle un escarmiento para el resto de su vida o hacer lo que se le hace a los traidores, sólo eso recuerda, un golpe cegó sus sentido hasta que despertó en el cuartel de policía.
Sacar la navaja del bolsillo del pantalón y apretar el botón que estiró la hoja fue un acto ensayado muchas veces, lo hizo con elegancia, con maestría, pero sin prisa, ocultando astutamente sus movimientos, mirando siempre el rostro del rival, buscando la expresión de sorpresa que le dada por su presencia, buscaba insistente un ademán de terror delatara su miedo. Pero no encontraba nada, la serenidad del rostro, la parquedad de sus ojos, lo hicieron vacilar un segundo, era como si le hubiera esperado y conscientemente que le saliera hoy al encuentro.
Se quedó con la mano encogida cerca del costado sin quitarle los ojos de encima el hombre también se detuvo, ninguno hizo movimiento alguno, la tensión del momento iba pasando lentamente, mas los músculos de ambos seguían tensos, el uno ocultando la mano armada debajo de la chaqueta de gabardina azul, y el otro arropado por un largo paletó mantenía sus manos invisibles, sumidas en las carteras.
Permanecieron inmóviles otro lapso de tiempo, como queriéndose adivinarse los pensamientos. Sin mediar palabras, la mano armada surcó el aire para acometer el cuerpo del rival, este, con un pequeño giro, esquivó la puñalada mientras sacaba su mano derecha del bolsillo del paletó la que traía un oscuro laque que zigzagueó en el aire para caer entre la nuca y la espalda del agresor. Mitad sorprendido, mitad aturdido este fue a dar de bruces en el suelo, cuando estuvo en condiciones de levantarse, se encontró de frente con su puñal que ahora, en las manos de su adversario le apuntaba la cara. Con un gesto torpe hizo girar la daga y se la entregó le extendió, la mano y le ayudó a ponerse en pie, mientras le hablaba bajito.
- Dejé la tetera puesta, vamos a tomarnos unos mates, así celebramos también que hayas vuelto.
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