jueves, abril 26, 2007

Los caballos...


No sé si los caballos tienen algo de divino,
pero los he visto galopando,
desde el Éxodo al Apocalipsis,
montados por reyes y esclavos,
por el Anti y por el Cristo
por inquisidores y fugitivos.

No sé por qué los caballos,
me parecen tan humildes
y sin ellos,
estarían vacías la mitad de las páginas de la historia.
Por que…
¿Qué habría conquistado Alejandro el Macedonio?
¿Y el pequeño Bonaparte?
¿Y en la América latina la Corona Española?
No sé por qué,
he aprendido a amar tanto los caballos,
no el de pura sangre;
no al de regia estirpe,
no el fino, ni el refinado,
no el reservado para los aplausos.

Yo soy devoto del jamelgo,
de rocín endurecido por el trabajo,
de la jaca,

del pingo que surca la llanura,
el garañón de crines hirsutas,
el de mataduras cicatrizadas.

Amo, el caballo triste del potrero,
el de belfos espumosos por el esfuerzo,
el con tintes de bagual,
el que soporta estoicamente el invierno
cobijado bajo los pinos,
el que sobre sus lomos
me ha hecho atravesar medio Chile,
el que asoma incógnito
por cualquier recodo del camino.

No sé si estos nobles animales
tienen algo de adivinos
por que en noches frías,
arriba en la montaña,
descubren las sendas escondidas,
en las cornisas de los riscos,
caminan con firmeza por los desfiladeros umbríos,
vadean ríos, e incansables trepan.
las mas empinado de las cimas.

No sé por qué amo tanto los caballos,
será quizás, por que parte de mi historia
Invit la he escrito con ellos en horas largas
montado sobre la silla,
como siempre sin espuelas,
solo, con un horizonte lejano
pintado sobre los ojos.

Maximiliano....
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