martes, agosto 28, 2007

: PAISAJE
: Una errancia de silencio de pájaros,
: abruma la soledad estática
: del árbol que vigila el camino.
: .
: El tiempo seca toda lágrima,
: y el sol escribe en las sombras
: su perenne y bucólica estrofa.
: El árbol se empina para mirar a la distancia,
: la íngrima silueta que descompone el paisaje.
: .
: Todo lo que nace tiene su muerte asegurada,
: y en los nichos del tiempo
: el olvido sepulta las tristezas.
: .
: El hacha acierta sus golpes letales,
: y cae con ahogado estruendo
: el árbol que se derribado que muere.
: .
: El silencio vuelve a ser como antes,
: ahora,
: el camino está solo.
: fin

MAXIMILIANO.
: Noctambulismo
: Cruzo el vientre de la noche,
: Cruzo el vientre de la noche,
: anónimo como el silencio,
: el viento afilas sus dagas
: en las piedras del camino,
: y la luna vierte su brillo,
: en los espejos dormidos,
: de los charcos que la lluvia
: dejó en la noche esparcido.
: .
: Escancia mi copa triste,
: la tristeza la triste vino,
: transido cruzo la noche,
: esmirriado, aterido,
: con una mirada incierta
: y con un incierto destino.
: El látigo del viento azota,
: sin piedad mi cuerpo herido,
: y sus dagas afiladas,
: me acuchillan en el frío.

: Tutela mi andar a ciegas,
: el véspero encendido,
: que desde el poniente vigila,
: mi caminar umbrío.
: .
: La mano de la noche pone,
: sobre mi silueta su abrigo,
: más oscuro que lo oscuro,
: más frío que el mismo frío.
: Cruzo el vientre de la noche,
: entre telares dormidos,
: donde el silencio teje y teje,
: con silenciosos hilos.
: fin
MAXIMILIANO.

sábado, agosto 25, 2007

: INVENTARIO SIMPLE
: Poco ha de faltar para mi muerte,
: no se cuanto es el tiempo que me resta,
: pero cuanto sea que importa,
: alguien vendrá como siempre,
: pondrá en mi lugar su humana forma,
: contradecirá mis dichos,
: y quizás ocupe hasta mi cama.
: .
: Desligado de los compromisos que me atan,
: yo estaré lejos,
: tampoco se donde,
: algunos sermones me hacen pensar que en el infierno,
: y otros, me ofrecen mejores lugares.
: .
: Poco he ambicionado de la vida,
: y ahora que hago mi inventario,
: veran lo poco que tengo
: por que nunca me atrapo el deseo,
: de sujetarme a la materia.
: .
: De las cosas preciadas que dejaré,
: son las risas de mis hijas las mas valiosas,
: quien las herede será rico,
: quien pueda ver sus despertares,
: sabrá distinguir siempre,
: entre lo hermoso y lo bello.
: .
: (Nadie espere encontrar muchos bienes,
: por que no los tengo,
: me farree la vida, buscando alimento para los míos,
: calzando sus pie,
: y abrigando sus inocentes cuerpos).
: .
.
: Quien herede mis sueños,
: (que de esos dejo muchos)
: bien administrados y con dedicación
: obtendrá buenos dividendos.
: .
: De mi siembra de esperanzas,
: esa que cultive con esmero,
: ojala, quien la obtenga,
: no olvide de regarla de vez en cuando.
: .
: Que no deje de asistir algunas tardes
: a quien le corresponda,
: a dar una vuelta en el ocaso en primavera,
: ese sol rojo que cae lentamente,
: es también un gran patrimonio,
: ¡que no permitan que adulteren sus colores!
: .
: El resto de las cosas la dejo en un solo rubro,
: mis deudas morales,
: mis pasiones inconclusas,
: el perdón retenido,
: el vicio de contemplarme en sus ojos,
: el beso que me guarde una tarde,
: que pudo haber hecho distinta mi historia,
: las promesas que hice a Dios…
: y si algo olvido,
: agréguenlo de parte mía,
: solo deseo que todos queden satisfechos.
: fin-
MAXIMILIANO:

jueves, agosto 23, 2007

: Tu, la que escarba en medio de mis palabras,
: buscando el hambre para el pan nuestro,
: la se desnuda frente a mis ausencias,
: y que besa cada vez que la sueño.
: .
: Tu, que rosas con tu voz mis partidas,
: y te marchas en medio de mis escarceos.
: Rómpeme la mirada con un guiño,
: y acaríciame con palabras tácitas.
: .
: Tu, que repartes la luz de la noche,
: con las manos extremadamente fatigadas,
: dibújame en la cara una esperanza
: y fúgate detrás de reflejos de un relámpago.
: fin-
MAximiliano....

miércoles, agosto 22, 2007




: Creces en mi como la sombra de la tarde,
: y te haces tan necesaria como el agua,
: te vistes de ausencia y desapareces,
: como un eco rebotando en la nada.
: Te agigantas frente al deseo de verte,
: como si conspirara en mi necesidad de quererte,
: sin merecerte te busco cada noche,
: esquivando el sentimiento que me asiste.
: Vendrá el día que te fundas en mi boca,
: como al sol un terrón de nieve,
: vendrá el momento en que mis brazos,
: puedan estrecharte y te recorrrerte con mis manos.
: ¡Ay! Si mi hoy fuera entonces,
: si ya pudiera tenerte cerca un instante,
: acariciar sin reparo con mis manos,
: y encallar extasiado en tus labios.
: ¿Ay si pudiera tenerte ahora,
: si te hicieras real ante mis ojos,
: si fuera posible por un instante
: expresarte frente a frente cuanto te quiero
: fin-
MAximiliano...

lunes, agosto 13, 2007

LAS PALABRAS
: Hay momentos que no se si las palabras,
: son puñales lanzas o cadenas,
: o son cárceles herméticas que oprimen,
: o quizás golpes o ataduras.
: Me son puñales a veces,
: cuando se tornan afiladas y arteras,
: y lo que un día crearon con esmero,
: lo cortan, lo tronchan, lo cercenan.
: Cuando traspasan de lado a lado el cuerpo,
: y calan lo más íntimo del alma,
: son como la lanza cruel del soldado,
: que hirió el costado del Nazareno.
: Me son cadena si la vida la sujetan,
: a promesas sin tiempo ni esperanza,
: cuando engrillan al muro de la duda,
: las razones y la fe que se guardaba.
: Cuando se construyen letra a letra las paredes,
: de las morada de las cosas prometidas,
: se hacen cárceles que enrejan con palabras,
: si dejan las promesas incumplidas.
: Cuando emergen de la boca que se besa,
: agresivas, enfáticas, perversas,
: me son golpes crueles
: si arremeten duras y violentas.
: Cuando detienen los pasos que se alejan, y envuelven con suaves llamadas,
: y al amor lo atan con sus sogas,
: ataduras entonces me parecen,
: ¡Hay amor las palabras que me dices!
: Pueden ser puñales cárceles o lanzas,
: golpes cadenas o ataduras
: pero solo ellas tendrán siempre las magia,
: de entregarme a la muerte,
: o condenarme a la vida.
: FIN-
MAximiliano
: Requisado del bosque lo trajeron,
: interrumpieron su tránsito hacia el cielo,
: sus manos escamadas de hojas
: murieron mustias,
: en un inmenso y cruel desamparo.
: Minaron su fuste inclementes,
: con implacables dientes de aceros
: ni un quejido, ni una lágrima
: salpicó el doloroso impacto
: de verlo en el suelo derribado.
: Rasgaron las sierras en paralelo,
: su cilíndrica estructura cercenada,
: laminaron su redondez violentada,
: y en segmentos,
: quedaron en tierra dispersados.
: Selectivo vino el carpintero,
: por los desechos caídos de la sierra
: preparó artesano el tablero
: de la cubierta donde mi cuerpo donde hoy se acoda,
: donde extiendo con certeza mi cuaderno,
: donde escribo tristemente es te poema
: por ser testigo del origen de esta mesa.
: fin
_max1miliano
ME CONTARON

Mario Flores Figueroa


Supe Señor sin quererlo,
que tus pies
anduvieron descalzos en esta tierra,
que fuiste niño y jugaste como todos,
y creciste sin azotes ni abandonos.

Supe Señor, que los hombres
te siguieron como ovejas agrupados,
que sanaste sus males sin remedios,
y multiplicaste sus panes y pescados.

Me contaron Señor, que te juzgaron,
por amar a los hombres demasiado,
que con agua se limpiaron de sus culpas,
que en tu espalda pusieron sus azotes
y con espina tu frente coronaron.

Alguien me indicó Señor que una mañana,
en un huerto oraste desde temprano,
que bebiste la copa amarga de las culpas,
y que en sangre tu sudor fue transformado.

Me relataron Señor que caminaste,
hasta el Gólgota cargando un gran madero,
que caíste muchas veces en la senda,
y que a golpes de látigo te alzaron.

¡Ay Señor, tanto mas me han dicho de esa tarde,
cuando a la sombra del Calvario te llevaron,
que esas manos que sanaron tantas llagas,
fueron horadadas Señor, por unos clavos ,
que expusieron tu cuerpo desnudo,
y tus pie también fueron clavados.

Señor, yo no comprendo, pero así me lo dijeron,
que los que antes te seguían,
los que comieron del pan multiplicado,
los que sanaste, los que fueron tus discípulos,
los que amaste y te amaron…
no fueron Señor a ofrecer
por ti sus pie y sus manos,
ni a detener el brazo del soldado,
que abrió una brecha en tu carne,
ni a calmar la sed de tus labios.

Seños me contaron que no maldijiste,
que no lloraste ante tanto dolor y desamparo,
que aun así tuviste amor en ese instante
para perdonar a los hechores despiadados,
no preguntaste por los tuyos,
ni reclamaste nada
hasta que tus ojos se cerraron.

Señor, lloré con el relato,
y pensé que habría hecho si allí hubiese estado,
si te hubiera defendido,
si hubiese arrancado,
no lo sé….

Pero hoy que te contemplo de otros siglos,
y se que hoy como ayer tu sufres,
que te hieren con otros latigazos,
la indiferencia de los que dicen que te aman,
los que se esconden de tu amor inacabado,
que son clavos en tus pie los que te niegan,
que son espinas en tu frente sus pecados,
y mis faltas Señor también te hieren.

Yo no logro comprender tal desatino,
de tenerte y no amarte como nos has amado,
de saber que eres tu Señor el que me mira,
desde el fondo de los ojos de mi hermano,
que eres tu Señor el que me abraza,
cuando me siento solo y desamparado.

Si alguien me dijo, Señor que hoy tu vives,
soy yo Seños el que te sabe vivo,
por que te veo en la boca del sediento,
y en la oración ferviente que te elevo,
por que ahora cuando canto una alabanza,
se me escapa una alabanza sin desearlo,
por que ahora Señor que te evoco,
puedo sentir Señor que me has tocado..

MAximiliano.
: COLLAGE II
: Mis palabras se rompen
: como la fe que evoco cada día,
: en el afán de hacer mas firmes mis palabras.
: .
: Mis ojos, se estrellan cada mañana,
: con la soledad que persistente me empuja
: a buscar nuevas soledades.
: .
: Mis pasos deambulan por recintos cotidianos,
: eludiendo los mismos obstáculos
: : .
: Rondo las riveras de ríos de silencio
: penetro los bosques tenebrosos de la angustia
: me pierdo sin saber que aun existo.
: .
: Amarro las lágrimas que se escapan sin duelo
: y aparto de mis manos lo que es propio
: para asumir mi condición indigna.
: .
: Los pretéritos acuchillan mi futuro
: me cercan las astillas de mis ruegos
: mis palabras rotas caen derrotadas.
: .
: Recorro caminos aprendidos a fuerza de costumbre
: desnudo mis pies repletos de distancias
: para sentir el frío del frío en las plantas
: .
: Lo amado permanece tan lejos
: lo deseado se oculta en sus propios deseos
: presiento que esta noche no tendrá madrugada.
: Abro la ventana que cerró el olvido
: para verter un poco de luz en mis sombras
: para sentir el canto que augura los llantos venideros.
: .

: (El silbido de las sierpes que me rodean
: se confunden con el gruñido de chacales
: aguardo el primer arañazo de la muerte).
: .
: Busco en el rostro duro de las piedras
: la bondad de dioses no esculpidos
: lo perfecto se hace más pérfido que lo injusto.
: .
: El venablo que atravesará la vida
: afila sus aristas anguladas
: y la sangre se agolpa mientras aguarda.
: .
: La siniestra mueca del destino
: me señala los puertos que me esperan
: en vano porfío por otros rumbos.
: .
: Asumo que no vendrá el perdón que imploro
: que todo será como lo ha sido siempre
: un puñado mas de palabras en el aire.
: .
: No sé si será como presiento
: no se si vendrán los que espero
: no sé si sé lo que sé..., entonces ...
: .
: Guardad las lágrimas que mañana,
: serán necesarias en otros llantos
: Poned en mi, sólo el silencio.
: fin

viernes, agosto 03, 2007

Alberto

Se detuvo un instante frente al árbol, miró su forma y su rugoso fuste, untó el largo hisopo en la pintura y luego marcó dos puntos de color amarillo, uno en la base del tronco y el otro frente a su pecho. - Te perdono la vida- murmuró y se desplazó por entre el tupido follaje. Nuevamente se detuvo frente a otro árbol, examinó su fuste miró su copa y exclamó – a ti te condeno - y se alejó de él, sin dejar marca alguna.
Él caminaba en un rumbo que parecía ambiguo, pero en su mente estaba muy bien definido, y siempre rezando los mismos dichos: “te perdono”, “te condeno”, “te perdono”, “te perdono” “te condeno”…

El agua venía atravesando frente a sus ojos en silencio. Apenas era perceptible un gorgoteo temeroso por entre las raíces y piedras romas enmusguecidas por la humedad del entorno. Dejó caer su cuerpo pesadamente sobre un tronco caído, quizás desde cuando; ahuecó sus manos, las llenó de agua y bebió, mojó su pelo y se quedó mirando el tronco derribado donde estaba sentado. Untó el hisopo y puso una marca sobre él, y luego otra y otra y otra más, mientras exclamaba casi irracional – ¡Te perdono!, ¡te perdono!, ¡te perdono!…Aunque ya estás condenado a morirte, yo te perdono, porque aquí soy tu juez, tu Dios y tu verdugo. Te perdono, porque siempre he sido bueno para perdonar, para aceptar sin muchas exigencias, cada cosa, cada maldita mentira y por eso estoy aquí pudriéndome como tú en este bosque….
El cielo matizaba todo los colores cercanos al rojo, antes que el sol fuera tragado como una hostia incandescente por la cordillera que distante se levantaba allá en la costa. Le gustaban los atardeceres de la primavera, y se quedó mirando el último aullido de luz del ocaso. Mientras, sobre una fogata remolona calentaba su merienda, sus movimientos descuidados y expertos trasuntaban una experiencia de tiempo. Se acomodó sobre su costado, tendió un mapa y trabajo sobre él, hizo algunas marcas, luego se dejó caer de espalda con su rostro hacia el cielo.
La soledad hace brotar los recuerdos más escondidos; cruelmente el sosiego fue trayendo y trayendo imágenes a su memoria. El sordo sonido del silencio gravitaba cruel, con un aroma húmedo y fatigoso. Y allí estaba él, sin moverse, tendido de espaldas masticando inconscientemente su comida y sus recuerdos, con la mirada fija en un punto lejano en el infinito, mientras las estrellas vigilaban su noche tránsida y bulliciosa de recuerdos añejos, caídos de un ayer que ya no era suyo, sino del tiempo que pasó. Estaban tan lejos en tiempo y distancia, pero la mente aún se amarraba a ese delito de amar tontamente, sin sujetar el desbocado y briosos corcel de los sentimientos.
Puso otro poco de leña en el fuego, se bebió de un sorbo el resto de café que había en el jarro, y como si despertara, de pronto exclamó – “¡Diablos!, casi no me queda comida, creo que mañana bajaré a pueblo” – se lo prometió a sí mismo, y agregó – Y falta me hace. Se tendió nuevamente y su mente se volvió a poblar de imágenes, Alejandra surgía de lo más secreto y revolvía su mente, hacía su siembra de desasosiego y cultivaba ese huerto aciago que había labrado, en un tiempo, con buenas manos en su corazón fértil. Era hermosa, frágil. Tenía esa virtud de hacerlo parecer todo tan mínimo, tan fácil, tan sin importancia; junto a ella, hasta sus convicciones intransables caían rendidas; pero la volubilidad de su vida había roto todo. Él podía ver aquello en ella con simpatía, pero eso fue lo que terminó por noquearlo, por dejarlo al margen, por sacarlo definitivamente de ese limbo, para ponerlo sobre un lecho de espinas.
Él, (hombre rudo, un poco rústico tal vez, tatuado con tradiciones antiguas de su rol de hombre, con un acervo cultural aceptable, y un respetable prestigio profesional), se sentía derrotado. Todo aquello eran cosas controlables, incluso podía mejorarlas o empeorarlas y él sería el mismo, nada alteraría sus convicciones de hombre; pero sin ella, su vida no tenía el significado que deseaba darle.
Había ocurrido aquella tarde lejana, en que la lluvia, sin prisa, sin presagios ni advertencias, cae calmada sobre los cuerpos que se anudan y la ignoran. Ese día se había dedicado, con toda su alma, a agasajarla, a servirla, como lo más amado que existe. Trataba de borrar tantos días de ausencia con sus manos torpes llenas de ternura; había buscado deseosamente ese encuentro íntimo, con la valentía de saberse amado y dispuesto. Quería sellar su enfervorizado sentimiento en esa entrega inevitable. Para él, aquel instante fue un aterrizaje violento, fue el golpe aleve que lo marginó de la vida y lo esculpió como un hombre huraño enclavado en las serranías, ejerciendo su dominio entre los bosques que agonizaban por la sentencia cruel del hombre. Ese fue el resultado de aquel hermoso encuentro, bajo una lluvia que lavó sus rostros y corrió un maquillaje para mostrar caras diferentes, que sus ojos nunca antes vieron.
- “¡Qué frustrante!, siempre me fijo expectativas tan pequeñas contigo y ni a esas alcanzo”…
Lo despertaba siempre la queja de su amada Alejandra. Aquél día él no llenaba ni las más mínimas de sus expectativas. Lo había denunciado como un pobre amante, como una fuente de frustración en su vida, lo había esperado hasta aquel momento, pero su examen final había sido reprobado y su calidad de hombre viril se derrumbó, como un árbol herido de muerte.
- “¿Acaso hay otro que sí llene tus expectativas?”- lo dijo sin darse cuenta, esperando una negativa o una mentira para esconderse detrás de ella, pero la respuesta fue otra, - “¿Y qué quieres? ¿Qué me pase la vida esperando, que aprendas a responderme como un hombre?”….-
Se quedó pasmado mirándola, apreció su belleza mientras se vestía, la vio salir sin decir nada, y él, quedó allí con la vergüenza de verse humillado, indeterminado, irresoluto, mitad cubierto de celos, mitad cubierto de rabia, ¿Cuánto rato estuvo así? Nunca ha encontrado la respuesta. El porqué es el repique que queda siempre en su mente y lo fustiga desde hace cinco años.
Su vida célibe es ahora un golpeteo en su mente, quizás por ello se mantiene tanto tiempo oculto en las serranías, desoyendo el llamado persistente de su cuerpo que se rebela contra su mente y que asoma en las madrugadas latente, viril, empujándolo a una búsqueda que no tiene sentido entre los montes. Como siempre, dejó sus recuerdos de lado e intentó dormir.

Los primeros albores de la civilización, le saludaron a media mañana, el viajar le era tedioso, los pequeños poblados asoman y desaparecían de prisa en su trayecto apresurado.
Cuando el sol estaba elevado a su máximo nivel, entró en la gran ciudad, Viene fatigado, con varias jornadas en el cuerpo sin siquiera saber qué día es. Aparcó en las primeras calles y caminó resuelto sin un rumbo determinado. Buscó entre las hojas ajadas de su libreta algunas direcciones telefónicas, despachó sus mensajes orales y continuó su caminata.
Sintió la caricia del agua corriendo por su cuerpo, luego se recostó en la tina y dejó que el relajo penetrara en él. Ya la noche estaba reinando por todos los rincones cuando salió del hotel, abrumado por el ocio, por lo reducido de los espacios, con los ojos cansados de chocar contra los muros, con una sensación de que el aire era escaso y que el techo caería sobre su cabeza. Ahora se sentía inquieto entre tanta gente que pasaba a su lado y lo hacia sentir como si él no existiera.
Su aspecto había cambiado, llevaba mejores ropas y su barba de varios meses, hirsuta y levemente encanecida, se veía afeitada, - Me debo respeto – se había dicho, mudó sus ropas, cortó sus cabellos y su barba. Se contempló en el espejo que colgaba enfrente de la barra del bar., se guiñó un ojo a sí mismo y bebió un trago de cerveza. No se sentía a gusto, deseaba insertarse en el mundo que él conoció, deseaba desandar aquella parte del camino, buscar en esas veredas un mañana diferente, sin tropezarse con el mismo cuestionario de cada día, del porqué, del si yo hubiera, …de tantas cosas que no tendrían nunca la respuesta adecuada.
.
No fue el canto de las aves ni el grito asustadizo de algún zorro que lo trajo de vuelta de los sueños. Despertó perdido en una cama con sábanas blancas y un dolor de cabeza de los que no tenía memoria. Se sustrajo de la modorra y se puso de pie con rapidez.
La muchacha que le sirvió el desayuno le dedicó una larga y tierna mirada, tanto que él se sintió ruborizado. Los ojos cálidos y serenos despertaron ese recuerdo que se había quedado enredado entre las quilas y arrayanes, pero ahora estaban allí, puestos en el rostro agraciado de aquella muchacha que lo miraba y lo perturbaba. A medida que tomaba su desayuno, trataba de recordar cuánto tiempo hacía que permanecía tan ajeno del mundo, tan desconectado de todo; solamente tenía algún roce con quienes le habían contratado para hacer un trabajo en aquellos lugares desolados. Era una necesidad de olvidar por olvidar. Pero ahora la muchacha le traía a su mente los ojos de su amada Alejandra, la que lo condenara a ese destierro y que ahora le reprochaba un regreso impensado, una inconstancia vergonzosa de su parte. Su lugar no era éste, él debía volver a su hábitat, a sus regiones donde él era el amo y señor de súbditos estáticos.
-¿Desea algo mas señor? –
La pregunta lo sacó de sus cavilaciones. Como movido por un resorte dio vuelta y se encontró nuevamente con esos ojos y no supo qué decir,
- Le pregunto si desea algo más – insistió la muchacha
- No, no, está bien así,… no deseo nada más, - sus palabras brotaron nerviosas, tal vez hasta temerosas, sus ojos no se despegaron de los de la muchacha, hasta que ella se dio la vuelta.
Durante horas caminó por las calles de la ciudad buscando algo que ni él sabía. Entró en cuanto lugar pudo, se embelesaba en las vitrinas mirándolo todo, tratando de poner en su memoria cada cosa, añadiendo a su tiempo más tiempo, enajenando su mente en proporciones que él ignoraba.
Deambuló durante días. Algo había bloqueado sus responsabilidades de hombre constante y dedicado a sus labores. Con frecuencia se bebía algunas cervezas y volvía tarde al hotel, de mañana; se fustigaba con la mirada de la muchacha que le servía los desayunos; ésta, por su parte, le devolvía cada vez miradas más profundas, sus ojos por instantes se hablaban en un lenguaje inteligible. Aquello le trastornaba, se sentía adúltero ante su bien amada y temeroso de cualquier contacto que lo delatara como un amante frustrado y deseoso de derramar su virilidad contenida. Deseaba profundamente encontrar las respuestas a sus dudas y los ojos de aquella muchacha le imponían un sentimiento encontrado, no sabía cómo resolver aquel problema. Sus ojos se han dicho tantas cosas, no logra entender aún ese lenguaje y no se siente animoso a hacerlo; no sabe qué es lo que lo mueve hacia ella, si es pasión, ternura o un arrebato de primavera.
De tiempo en tiempo salía a recorrer los cines, los parques o, simplemente los escaparates. Su deambular de tantos días terminaron por fatigarlo. Ha transcurrido casi un mes y aún se siente irresoluto. Sólo María lo mantiene interesado a permanecer un poco más allí, de pronto se entusiasma en seguir ese juego pero luego reaccionaba como si se tratara de un pecado capital y se niega a toda posibilidad.
Aquella mañana, decidió volver a sus reductos, a su monte. Liquidó la cuenta del hotel, dejó sus cosas empacadas para retornar de regreso a la madrugada siguiente.
Quiso dar un último paseo, comprar algunas cosas que le faltaban y luego cerrar esa ventana que trajo una volcanada de aire fresco para su espíritu marchito. Caminaba ensimismado en sus preparativos de viaje, cuando una voz se clavó como un puñal de hielo en sus entrañas. Se quedó estático, no supo cómo reaccionar, su pensamiento giró en reversa a velocidades inimaginables. Esa voz está registrada en su memoria, desde mucho tiempo, nunca fue borrado ese timbre suave y algo agraciado, su nombre nunca le pareció más hermoso que cuando era dibujado por ella. Se dio vuelta con lentitud, y se encontraron frente a frente.
Muchas veces, había visto caer las hojas de los árboles cuando el viento alborotado y prepotente galopa entre las ramas con hojas secas, las sacude y éstas caen, como una bandada de pájaros que aterriza sobre el sembrado; así cayeron los recuerdos a su mente, las imágenes retenidas en el umbral de la memoria, los días felices, el tiempo hermoso de los encuentros, tantas jornadas juntos, todos aquellos recuerdos que siempre fueron aplastados por aquel miserable día de lluvia, ahora emergían tan claros, tan nítidos sin que nada los ocultara.
Sus miradas se cruzaron por un instante, que a él le pareció demasiado largo. Estaba como siempre, muy bella, con sus ojos húmedos, como si un miedo, un rencor, una alegría, un odio, el amor tal vez, o quizás que sentimiento, se reflejaba en ellos. Permaneció en silencio, abstruso indeterminado, sorprendido aún; no sabía qué hacer, ni cuál sería el desenlace de ese encuentro. Estaba acostumbrado a resolver otro tipo de situaciones más simples, donde el elemento era siempre predecible, pero ahora no sabía qué esperar ni qué camino debía coger, por eso esperaba, sin dejar de mirarla.
- Alberto, - repitió ella, su voz ahora fue más tenue, casi quebrada, cargada de emoción, -¿Dónde has estado todo estos años?, tanto te he buscado…
Realmente estaba confundido, durante cinco años sostuvo su dolor y la vergüenza que ella puso en su vida, durante todo ese tiempo, en que aprendió a vivir con una cruz sobre su espalda, se hizo prófugo de sí mismo, calló su llanto y sembró su pena entre cerros y montes, ignoró la fragancia de los Peumos, el fogonazo rojo de los Notros entre el siempre verde. No se compadeció de sí mismo cuando el frío trajinó su cuerpo, ni advirtió el cansancio, ni la sed, ni el hambre, hasta caer rendido sobre las hojarascas. Y ese pasadizo que lo llevó a transitar en esos lugares agrestes, inhóspitos a veces, ahora estaba frente a él nuevamente, ¿Para qué?, acaso para arrojarlo a lugares más distantes, más crudos o su destino sería el infierno,
- ¿Me buscabas para qué? ¿Quieres meter tu mano en mi herida para comprobar si aún sangra?
- No, por favor Alberto, debo hablarte, necesito que me escuches, dame esa oportunidad…
- Yo no sé qué podrías decirme, sólo recuerdo que “yo no alcanzo a llenar ni la más mínima de tus expectativas”
Dos gruesos lagrimones cayeron de los ojos de Alejandra, rodaron por sus mejillas y se detuvieron en el borde de su mentón. Alberto se estremeció, esa era la primera vez que la veía llorar, se sintió culpable de esas lágrimas; pero la vida le había enseñado a ser desconfiado.
-Te mentí, Alberto, aquella tarde te mentí…
Una vorágine de pensamientos cruzó por su cabeza, nuevamente se vio allí desnudo en el lecho, humillado en lo más profundo, herido por la traición, solo, desamparado en el mundo, agónico, desolado. Volvió su imagen yéndose, sin explicar nada, realmente estaba frente a algo que no comprendía. Cuál era la mentira, cual era la verdad, hoy poco importaba pero la ansiedad lo consumía. Alejandra, cabizbaja, estaba silenciosa, buscando tal vez la palabra adecuada para herirlo de muerte o para devolverle la vida.
- Alberto, - insistió ella –necesito que me escuches sólo un instante, luego me iré.
- No hay nada que puedas hacer que me devuelva los años que he sufrido, ni nada que me digas; me hará llegar más lejos de donde llegue.
Se sentaron sobre el pasto distante uno del otro, sus miradas no se volvieron a cruzar, el silencio se hizo lento y generoso. Alejandra estaba triste y las palabras parecían no querer salir de su boca.
- Antes que nos encontráramos aquel día, una semana antes, recibí los exámenes de una mamografía, ellos decían que yo tenía un cáncer ramificado en todo mi cuerpo, no tenía opción de vida, entonces pensé, ¿Cómo explicártelo?, ¿Cómo hacerte entender?. Yo no quería que me vieras morir poco a poco, que me vieras deshacerme ante tus ojos; hasta quedar en nada. Pensé en encontrar una salida rápida y eficaz, nada se me ocurría que no te hiciera permanecer a mi lado y consumirte conmigo. Por eso pensé que lo mejor era herir tu amor propio, dejarte e irme a esperar la muerte a solas.
Mientras Alejandra hablaba, los ojos de Alberto se fueron llenando de lágrimas, su pecho se contraía, como sin una prensa ejerciera una presión inmensa sobre él, se acercó a Alejandra y la abrazó fuertemente.
- Días después, - continuó hablando,- quise iniciar un tratamiento que me ayudara a pasar mejor mi enfermedad. Me hicieron otros exámenes y resultó que todo era un maldito error, un estúpido y absurdo error. Salí a buscarte, nadie supo nada de ti, te busqué por muchos lugares, pregunté a mucha gente. Cuántas cosas puede hacer uno en cinco años para encontrar lo que ama. Alguien me dijo que te había visto aquí...
Alberto ya no escuchaba. El llanto retenido de años afloraba cristalino, puro, como el manantial que brota inesperadamente entre las piedras. Era el llanto del soldado que vuelve de la guerra con heridas curadas, con cicatrices viejas. Era el llanto del gozo, del reencuentro, del amor inacabado. El llanto de las espinas arrancadas. El llanto de un hombre que a pesar de todo sigue amando.

MAximiliano.
EL PATRON

Con pies ágiles, y pobremente calzados, va quebrantando la escarcha esparcida en el amanecer frío, la brisa la abraza generosa, atraviesa sus ropas livianas y desvanece la tibieza de su cuerpo juvenil que se entumece. Camina erguida, digna, hermosa, por un sendero que serpentea por los potreros desnudos, deshojando un presagio negro en su mente de niña.
Tai bonita María,- la había dicho el patrón unos días atrás, mientras su mirada lasciva la recorría entera.
También lo vio ayer, atisbándola de lejos, como queriendo aprenderse la ruta que hacía cada mañana para irse a la escuela. Semi oculto, entre los arrayanes del bajo simulaba revisar unas cercas mientras la espiaba.
La Eulalia, tenía su edad cuando el patrón la tomó para sus servicios, nadie le dijo nada, se la llevó a su casa, y más tarde, la casó con el celador de las aguas, así sabía a que hora estaba sola... Pero ella, ella no, no, ella no sería como la Eulalia, ella tenía otras ideas, se iría un día del fundo a probar suerte en algún empleo del pueblo, para no llenarse de chiquillos, para no ser como su madre que envejeció tan joven, para no vivir tan miserablemente sin otro horizonte. que no sea, el hollín de la cocina.
Iba sumida en sus cavilaciones, ajena al entorno del camino, guiada por la costumbre de recorrerlo tantos años. Giraba una pequeña hondonada cuando una mano firme la aprisionó del brazo y la tiro con fuerzas hacia un árbol añoso que se erguía solitario. Sus ojos empañados de odio, chocaron con el rostro regordete del patrón que la miraba perversamente, pero ella no se intimidó, permaneció serena, mientras la mano velluda del hombre acariciaba su pelo.
- No te asustís que no te va a pasar nada – de dijo en voz baja, y continuó – Y pórtate bien para que tu papá siga trabajando en el fundo...
Enseguida el patrón se quitó el poncho lo tendió en el suelo, y acomodó a la muchacha para arremeterla brutal, desalmado, irracional...
Sobre el tapiz blanco del potrero rodaron entrelazados, el grito desgarrado de la niña violentada, y el alarido enronquecido de dolor del patrón que caminaba tambaleándose mientras trataba de quitar un cuchillo de su pecho, que se ve cada vez más ensangrentado.


Maximiliano
El Retorno

Toda la inmensidad se abre ante sus ojos, desnuda, estéril, tremenda, como un desierto sembrado de dunas, sus manos llenas de nada, sus pies calzados de frío, limitan sus instintos de conquista. Toda la soledad lo enfrenta desafiante, yerma, desgarradora y escalofriante.
Palpita en su corazón un instinto de supervivencia. Toda la noche se derrama sobre su hambre, sobre su frío, sobre sus necesidades urgentes.
Su espíritu sangra sobre su fe, y en su alma vagan los principios que la sostienen. Hurga en su mente, busca las llaves que le permitan abrir alguna puerta, araña los muros sellados y los enfrenta con los puños cerrados, con la impotencia de verse muriendo a solas, sin ser visto por nadie.
Agotado de angustia, reconstruye sus últimos momentos alegres, se descubre riendo, desaprensivo, mirando un horizonte fugado de tiempo, masticando una esperanza pronta.
Abrumado, más muerto a la vida que nunca, se precipita a un deseo de cancelar su existencia, desafía los propósitos que un día lo hicieron ser constructor de futuros vestido de risas y cantos.
Una lágrima furtiva rasguña su rostro, se enreda en los agudos pelos, de su barba de días y se pierde en su mentón reseco.
Hay un dolor muy adentro, demasiado quizás, un dolor de años, de ausencias, de frustraciones, de desencuentros, con la vida, de esta vida que lo desangra, desnaturalizada, severa y esquiva.
La noche transita enigmática, fría, hermética, angustiosa, sus miserias se asoman desde todos los costados, y se clavan en su estómago como ansias indecibles, como un deseo profundo e inalcanzable, de apagar el fuego que arde y quema sus entrañas. La mesa desierta apunta a su hambre y dispara una sensación de desamparo profundo y cruel, como un latigazo que lacera el cuerpo.
Camina de un lado a otro, sus piernas están enclenques, desanimadas para enfrentar una mañana próxima, ya no desea ver el sol, ni la miseria permanente de la pieza. Le desespera pensar que la muerte atravesará esos muros por cualquier rendija y robará su alma, para dejar que su cuerpo esmirriado sea pasto de las ratas.
¡No!, “Lo único que me queda es ser digno en mi muerte”, se lo ha prometido muchas veces, al enfrentarse voluntariosamente a su sino, sin descorrer el velo de la angustia, mas allá de lo permitido.
Sale a la calle, la brisa abofetea su rostro, deambula buscando el lugar propicio para dejar su cuerpo abandonado y dar la libertad al espíritu enclaustrado en este cascarón desgarbado y flaco.
Sobre la acera, tendido de costado, un hombre cubre con cartones su cuerpo, bajo él, una rejilla metálica despide el calor que expele el calefactor central del edificio del lado. El hombre duerme, sólo el calor que emerge de la rejilla entibia su cuerpo. Lo mira reflexivo, y vuelve su rostro. Se siente avergonzado de la pobreza de aquel miserable. Vuelve sus pasos con lentitud, se tiende más tarde en su cama, con la secreta esperanza que mañana, igual que Job, sea levantado de las cenizas.


Maximiliano
La Venganza

Sus palabras caen como gotas de silencio en un estanque vacío, se pierden por los senderos del espacio y la lengua de los ecos la repite, para sepultarla en los rincones de la distancia.
Todas sus palabras son un estertor en el aire, una pequeña vibración que apenas arremete contra el silencio, para diluirse como un salivazo, en la arena caliente de la calle. Los muros se estrechan como una garganta por donde él endilga sus mensajes, pero nadie responde, sólo la abrumadora boca de la tarde se abre para tragarse la hostia roja de un sol crepuscular.
La brisa se vuelve oscura y fría; ronda sus entornos y le clava sus agujas en la espalda, el cansancio galopa desde adentro hacia fuera de su cuerpo, igual que su sangre que brota limpia, más roja que la ajena; desde un costado de su vientre borbotea, y se escapa por entre sus dedos que no logran contenerla.
El Cuerpo del hombre, tendido en el camino se adormece agonizante, como una tarde de abril que se pliega. Su voz enronquecida, ahora es sólo un murmullo leve que se apaga.
El fogonazo del disparo vino de tan cerca, que sus ojos alcanzaron a ver el rostro del muchacho. Pudo reconocerlo en esa fracción de segundos en que la bala cruzó esa breve distancia, vio su cara pintada de terror, mientras caía de espalda empujado por la fuerza del disparo.
Ahora sus ojos se nublan, como si un sueño profundo lo atacara, desde todos los lugares brotan de pronto rostros conocidos que lo miran, y el de un hombre que ríe, es el más persistente de todos, lo señala en el suelo, con su ropa de servicio ensangrentadas, y con la herida de bala por donde siente que se escapa su vida. Ríe, ríe mientras le muestra sus manos esposadas, luego llama al muchacho que aún tiene la pistola en la mano. El hombre sigue riendo y el muchacho sólo lo mira con sus ojos llenos de pánico al lado de su padre.

EL PATRON

Con pies ágiles, y pobremente calzados, va quebrantando la escarcha esparcida en el amanecer frío, la brisa la abraza generosa, atraviesa sus ropas livianas y desvanece la tibieza de su cuerpo juvenil que se entumece. Camina erguida, digna, hermosa, por un sendero que serpentea por los potreros desnudos, deshojando un presagio negro en su mente de niña.
Tai bonita María,- la había dicho el patrón unos días atrás, mientras su mirada lasciva la recorría entera.
También lo vio ayer, atisbándola de lejos, como queriendo aprenderse la ruta que hacía cada mañana para irse a la escuela. Semi oculto, entre los arrayanes del bajo simulaba revisar unas cercas mientras la espiaba.
La Eulalia, tenía su edad cuando el patrón la tomó para sus servicios, nadie le dijo nada, se la llevó a su casa, y más tarde, la casó con el celador de las aguas, así sabía a que hora estaba sola... Pero ella, ella no, no, ella no sería como la Eulalia, ella tenía otras ideas, se iría un día del fundo a probar suerte en algún empleo del pueblo, para no llenarse de chiquillos, para no ser como su madre que envejeció tan joven, para no vivir tan miserablemente sin otro horizonte. que no sea, el hollín de la cocina.
Iba sumida en sus cavilaciones, ajena al entorno del camino, guiada por la costumbre de recorrerlo tantos años. Giraba una pequeña hondonada cuando una mano firme la aprisionó del brazo y la tiro con fuerzas hacia un árbol añoso que se erguía solitario. Sus ojos empañados de odio, chocaron con el rostro regordete del patrón que la miraba perversamente, pero ella no se intimidó, permaneció serena, mientras la mano velluda del hombre acariciaba su pelo.
- No te asustís que no te va a pasar nada – de dijo en voz baja, y continuó – Y pórtate bien para que tu papá siga trabajando en el fundo...
Enseguida el patrón se quitó el poncho lo tendió en el suelo, y acomodó a la muchacha para arremeterla brutal, desalmado, irracional...
Sobre el tapiz blanco del potrero rodaron entrelazados, el grito desgarrado de la niña violentada, y el alarido enronquecido de dolor del patrón que caminaba tambaleándose mientras trataba de quitar un cuchillo de su pecho, que se ve cada vez más ensangrentado.

Maximiliano.

Sistematica muerte del pehuen



Sistematica muerte del pehuen

Desconozco mis rumbos,
y sin brújula ni astrolabio,
viajo por lugares marginales,
por los filos del abismo,
por los arenales del silencio,
por las laderas del olvido
Me pierdo en los ojos profundos de los lagos,
o en la boca de los cráteres callados,
me sumerjo de pronto y sin desearlo,
en las lágrimas de los pueblos originarios,
que agonizan en las riveras de la historia.
Me despierto cualquier mañana,
apegado a la corteza de un pehuén herido,
bajo el alero de la choza de un pehuenche,
o en las praderas que se ahogan
bajo la represa del gran río
Desconozco a veces mis rumbos,
son tan impredecibles mis sendas,
y tan inverosímiles mis caminos,
que la muerte me saluda muchas veces,
desde los bosques que se talan clandestinos
desde los ojos de huemules desterrados,
desde reivindicaciones mapuches clausuradas,
desde el pan que le niegan a los niños.

MAXIMILIANO... ------------

Fotos y poemas del autor....Maximiliano..

jueves, agosto 02, 2007

Cumbre de Colico.. Abismo...

VENGO

Vengo de visitar las soledades andinas,
de recorrer los espejos azulados
de los lagos cubrereños,
de apagar mi sed
en los nacimientos de los ríos
y de carcomer mi tiempo
con el cansancio acumulado.
Vengo de tutearme con las nubes
de hablar cara a cara con las estrellas
y estremecerme con los manotazos del frío
y de empaparme entero con la lluvia.
Vengo de revisar el inventario
de los últimos huemules asilados
en las arrugas de los cerros escabrosos,
de ver las bocas babiantes
de los conos por donde respira la tierra,
vengo de ver los bosques puros,
los helechos que se inclinan en las laderas
de los taludes verticales
de los senderos abiertos por mis manos
vengo con el alma llena de la natura,
a invernar detrás de las paredes
añosas y frías de mi morada.

MAXIMILIANO...

miércoles, agosto 01, 2007

: Rompen en llanto los temores,
: y palidece en amaneceres la noche,
: una herrancia de silencio de pájaros,
: abruma la soledad estática
: del árbol que vigila el camino.
: El tiempo seca toda lágrima,
: y el sol escribe en las sombras
: su perenne y bucólica estrofa.
: El árbol se empina para mirar a la distancia,
: la íngrima silueta que descompone el paisaje.
: Todo lo que nace tiene su muerte asegurada,
: y en los nichos del tiempo
: el olvido sepulta las tristezas.
: El hacha acierta sus golpes mortales,
: y cae con ahogado estruendo
: el árbol que se muere.

: El silencio vuelve a ser como antes,
: ahora,
: el camino está solo.

_max1miliano :
: De tu boca ami boca
: te parece que hay un abismo
: de la mia a la tuya
: parece mas corto el camino,
: yo lo mido con un dulce beso
: y tu lo mides
: con un beso esquivo



_max1miliano
: No les dire
: si estoy triste,
: no les diré
: si estoy alegre,
: `pero si vieran mis ojos,
: verían en una lágrima
: mis sentimientos dibujados.

_max1miliano :
: Sobre la desnuda cubierta de la mesa

: en un solitaro afán

: navega la figura fragil

: de un cisne de cristal.


_max1miliano :
: Ayer fui testigo
: que una pequeña gota de rocío
: una humilde,
: una pobre gota fría
: antes que el sol se la bebiera,
: ella lo contenía.

_max1miliano
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